sábado, 28 de marzo de 2009

EN BUSCA DE LA GUACA PERDIDA

Julio Alberto Caro Díaz

Meditando un día, sobre los problemas que nos aquejan a los magangueleños, me acordé de una parábola que había leído hace algunos días. Decidí publicarla con el único ánimo de que quienes la lean mediten muy bien sobre las verdaderas intenciones de tantas personas que dicen amar a Magangué y en nombre de ese “amor” nos tienen JODIDOS. O de quienes aprovechando el raponazo del somos víctimas, quieren apropiarse del presupuesto municipal y lo buscan cual vulgar guaca. Cualquier parecido o semejanza con la situación de nuestra ciudad es PURA COINCIDENCIA.

La Zorra y el León

Un día los habitantes del bosque se reunieron en consejo para tomar una decisión muy importante. Había que solucionar urgentemente un problema. “habrán advertido, - empezó el Golero- que hay frecuentes peleas entre los habitantes de nuestro bosque y nuestros vecinos. No sería mejor que encargásemos a alguno de nosotros para apoyar nuestras razones y defender nuestros derechos”. “Óptima idea es la tuya –comentó el conejo- así podremos dedicarnos a las labores domésticas con paz y tranquilidad, sin tener que mirar quién está a nuestras espaldas”.

Y empezaron las discusiones: Uno quería elegir al Tigrillo porque tienen el paso tan silencioso que puede acercarse a cualquiera sin que lo vean. Otro prefería al ratón, porque puede meterse por todas las rendijas y prevenir las jugadas del enemigo. Había quien optaba por el elefante, porque con sus bramidos se impondría ciertamente a los demás. ¡ Se equivocan! – “dijo la mica yo opino que debemos elegir al que sea más astuto y más fuerte”. Todos estuvieron de acuerdo. Pero cuando se trato de decidir quién era el más astuto y más fuerte, empezaron de nuevo las contiendas y con esto se disolvió la asamblea. Durante la noche, la zorra fue a ver al león. Mire, amigo, le digo – es sabido que yo soy la más astuta de todos los animales y que ninguno le iguala en fuerza a usted. Qué le parece si trabajamos juntos? Lo que no se ha encontrado nunca en un animal sólo se encuentra centuplicado en nosotros dos. Al día siguiente, los dos candidatos, León y Zorra, se ganaron el favor del pueblo. Los eligieron como sus administradores y defensores. Sin embargo, no se habían todavía apagado los gritos de alegría por la elección de la Zorra y el León como representantes del pueblo, y ya la gallina estaba en la fauces de la zorra. Pero… - Decía la infeliz gallina – la hemos elegido para defendernos! ahora nos paga así?. “Bien ves que mis ocupaciones no me permiten ir a cazar. Además necesito un alimento abundante y sustancioso. Tu debes ser valiente. Sacrifícate por el pueblo como lo hago yo” dijo la zorra y se dispuso a comerse a su presa. “Déjame, por favor que yo soy también del pueblo – gimoteaba la gallina – no me obligues a llamar al león”. Pero aunque lo hubiera llamado, éste no hubiera acudido porque estaba ocupado al comerse al tigrillo. “Me parece que nuestros representantes se alimentan y banquetean y se divierten a costa nuestra” – Se atrevió a decir el conejo. “Es verdad – susurró la gacela – pero callémonos por favor, si no queremos acabar como la gallina y el tigrillo”.

Al día siguiente, la gacela y el conejo amanecieron, no se sabe cómo, víctimas de un accidente y acabaron en el plato de sus representantes. Pronto se extendió el terror por toda la selva. Hasta la crítica más pequeña al régimen era oída por la zorra y castigada por el león. De modo que, uno tras otro, los animales se vieron obligados a irse del bosque y pedir asilo político a sus amigos de los alrededores y mientras los pobres exiliados se alejaban silenciosamente, el golero desde lo alto de una roca silbaba una canción que comenzaba así:

“Si entre desdichas mil no deseas vivir, a violentos y astutos cuida de no elegir.
Porque quienes se dejan llevar del desespero terminan viendo solo un chispero”.


UN PUEBLO QUE NO CONOCE SU HISTORIA ESTÁ CONDENADO A REPETIRLA

Tomado del libro “COLECCIÓN DE PARÁBOLAS” de Carlos Augusto Carvajal Durán y Gonzalo Romero Becerra. publicado en San Gil el 15 de noviembre de 2002

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